13 de diciembre de 2010

THE TYRANNOSAURUS PRESCRIPTION

Este primer volumen de La Receta del Tiranosauro, última obra del genial escritor científico Isaac Asimov,
reúne una treintena de trabajos acerca de nuestro futuro como habitantes del Planeta Tierra. El autor los
seleccionó personalmente con la intención de ofrecer un panorama completo sobre el tema. El libro puede
leerse de principio a fin o de atrás para adelante, o abriéndolo al azar en cualquier capítulo.



Capitulo 10 Psicología


La palabra psykhé, en griego, originalmente se refería a "aliento" que por supuesto, los griegos noentendían en el sentido científico moderno. Para ellos el aliento era algo etéreo e insustancial, algo que de algún modo estaba íntimamente relacionado con la vida. Las piedras no respiran, ni tampoco los seres humanos muertos.
La palabra llegó a traducirse como "alma", que también se considera etérea e insustancial y de algún modo íntimamente relacionada con la vida.
Sin embargo, una definición más exacta se diluye en sutilezas e incertidumbres teológicas.
Si vamos a definir "psykhé" o "alma" sin referencias con la teología, podemos pensar en ella como en el centro interno del ser que se aloja en el cuerpo físico. Es la personalidad, individualidad, en lo que usted piensa cuando dice: "yo". Es lo que permanece intacto y completo, aunque pierda alguno de los miembros,
los ojos padezcan ceguera, o el cuerpo mismo esté enfermo, herido o agonizante.
Entonces la "psicología" es el estudio sistemático de ese centro interno que es usted, y la palabra que estamos más inclinados a utilizar para representarlo en estos tiempos no teológicos no es "alma", sino "mente". La psicología es el estudio de la mente.
La psicología es fascinante porque parece existir al final de dos extremos del conocimiento. En cierto modo, todos la comprenden: en otros, nadie. Otras ciencias pueden compartir estos extremos del carácter epistemológico —quizá todas las ciencias lo hagan— pero con toda seguridad ninguna hasta el punto en que lo hace la psicología.
Por ejemplo, para comprender por qué una bola de billar se comporta como lo hace, por qué se desplaza cuando la golpean, cómo choca y rebota con la banda o con otra bola, como es que se alteran velocidad y dirección como resultado del choque... todo esto necesita un buen conocimiento de los principios de dicha rama de la física conocida como mecánica. En sentido opuesto, se pueden elaborar los principios de la mecánica por medio de un cuidadoso estudio de las minucias de la conducta de las bolas de billar.
Aún así, los expertos en el arte del billar no necesariamente han estudiado física ni mecánica, quizá nunca hayan oído nada de la conservación del momento ni aprecian las complejidades matemáticas del momento angular producido por la colocación del "efecto" en las esferas. No obstante, logran que las bolas de billar hagan todo menos cocinar, y lo hacen por medio de una meticulosa atención a los principios que no saben que saben.
Lo mismo puede decirse de los lanzadores del béisbol que hacen sus envíos con complejo virtuosismo, así como de los bateadores que golpean dichos lanzamientos con un dominio artístico del ritmo en el tiempo.
Quizá ganen millones por su dominio de la ciencia aplicada de la mecánica aún cuando (quizá) nunca hayan aprendido las bases más fundamentales de la física.
Tan sólo la observación y práctica cuidadosa pueden llegar a hacer que se comprendan las leyes de la ciencia en un sentido muy útil, ya que la ciencia es un sistema organizado que describe al mundo real y usted vive en el mundo real. Usted no puede evitar aprender a describir al mundo por completo en virtud de ese hecho, aunque para su descripción no utilice los términos convencionales que los científicos han elaborado y aceptado para usar entre ellos.
Por lo tanto, no es sorprendente que existan personas que hayan llegado a comprender a la mente humana lo suficientemente bien por medio de la observación de los demás, de vivir e interrelacionarse con ellos, de observar sus hábitos, respuestas y peculiaridades. Nadie puede leer a Shakespeare, Dostoyevski, Tolstoy, Dickens, Austin, Moliere, Goethe, y muchos e innumerables otros, sin darse cuenta de que cada uno comprendía profundamente a la humanidad en todas sus variedades y perplejidades, aunque ninguno de ellos
hubiera estudiado psicología formalmente.
Esta comprensión no científica de la psicología, está, sin duda alguna, más extendida que cualquier otra ciencia. Los deportistas pueden tratar, sin deseos, con la física, los cocineros con la química, los jardineros con la biología, los marineros con la metereología, los artistas con las matemáticas… pero todas estas son ocupaciones especializadas.
Sin embargo, todos sin excepción deben tratar con gente. Hasta los anacoretas deben tratar consigo mismos, y quizá sea suficiente porque cada uno de nosotros lleva dentro de sí todas las virtudes y vicios, brillantez y debilidades, aversiones y tendencias, de la humanidad en general.
Así, podríamos llegar a la conclusión de que, en cierto modo, la psicología es la ciencia mejor conocida y más ampliamente comprendida,
Pero...
La mente humana, nacida —como debe ser— del cerebro humano, es algo extraordinariamente complicado. El cerebro es, casi sin duda, el conjunto de materia más complicado y sutilmente interrelacionado que conocemos (con la dudosa y posible excepción del cerebro del delfín, que es más grande e intrincado que el cerebro humano).
Al estudiar algo tan superlativamente como el cerebro humano, naturalmente debemos esperar que de vez en cuando no sepamos qué hacer. Esto es más obvio cuando se detiene a pensar en que estudiamos al cerebro humano con nada más que el cerebro humano. Pedimos a la complejidad que comprenda otra complejidad igual.
Entonces no es motivo para maravillarse que, aunque miles de millones de seres humanos —a través de la historia del homo sapiens— se hayan estudiado a sí mismos y a otros asistemática e informalmente, que aunque genios extraordinarios hayan iluminado la condición humana en la literatura, arte, psicología y —en estos últimos días— ciencia, queden enormes porciones de incertidumbre y desconocimiento (y podemos estar seguros de que es más que en cualquier otra ciencia). Aún esas áreas más estudiadas y expuestas están destinadas a permanecer, en cierto grado, en polémica.
Y así, en cierto modo, la psicología es la ciencia menos comprendida.
También considere que la solución para todos los problemas que presionan y han presionado a la humanidad a través de toda su historia se apoyan —en gran medida— en los defectos del funcionamiento de la mente humana.
Algunos problemas parecen ser completamente independientes a nosotros, e intratables para cualquier esfuerzo humano —por ejemplo, la llegada de la edad glaciar a la explosión del Sol— y aún así la mente humana puede prever plausiblemente el acontecimiento y elegir acciones que disminuyan el efecto, aunque tan sólo sea facilitar la muerte. Se necesita buena voluntad, razón e ingenuidad (que con frecuencia faltan).
Por otra parte, la tontería humana (o, por lo menos, sabiduría insuficiente) nos ofrece un peligro constante y en aumento.
Si nos destruimos a nosotros mismos por medio de la guerra nuclear, sobrepoblación, desperdicio de recursos, contaminación, violencia, enajenación, entonces parte (quizá la mayor parte) de la causa se apoya en la falta de capacidad de nuestras mentes para reconocer la naturaleza del peligro, y la renuencia de nuestras mentes para aceptar la necesidad de llevar a cabo las acciones que se necesiten para desviar o disminuir el peligro.
Entonces, no hay duda alguna de que la psicología es la más importante de las ciencias. Podemos vivir, sin que importe que tan primitivamente, con poco conocimiento de cualquiera de las otras ciencias, pero si no
comprendemos a la psicología seguramente estaremos perdidos.
¿Qué papel representa aquí la ciencia-ficción?
En general, los escritores de ciencia-ficción no son mejores ni más comprensibles que otros escritores, y no
hay razón alguna para pedirles, como individuos, la iluminación de la condición humana.
Sin embargo, en la ciencia-ficción se representa a los seres humanos enfrentándose a situaciones extrañas,
sociedades raras, problemas poco ortodoxos. El esfuerzo para imaginar la respuesta humana a estas cosas puede dirigir un nuevo rayo de luz contra la sombra, permitiéndonos ver lo que estaba poco claro.
Los cuentos de “Orbita de Alucinación” han sido seleccionados con todo esto en mente, y cada uno está
precedido por una presentación escrita por mi compañero en la publicación, Charles Waugh, quien resulta ser
un psicólogo profesional.

Isaac Asimov, La receta del tiranosaurio, Nuestro futuro, vol. I, capitulo 10

7 de septiembre de 2010

Piedras

 
no tenemos la casa todavía,
tenemos piedras; algunas.
trozos de pan, algo de vino tenemos
pero la casa no;
sin embargo tenemos oscuridad,
porque luz no tenemos todavía;
tenemos algunas lágrimas y besos,
otras cosas igualmente ridículas tenemos,
pero la casa no. quizá
paredes que se levantan muy despacio,
mas no tenemos casa todavía
donde encontrar el frío, la soledad,
la lluvia,
pero arriba
un cielo como sábana tenemos
y abajo un infierno delicioso
por donde deambulamos
recogiendo piedras.
“hoy no me llevas, muerte, calavera,
no me voy, no quiero ir.
hoy no voy ni entrego mi barco de papel,
mi brazo, mi guitarra, hoy no,
hoy solamente tiro piedras,
poemas,
muchas piedras contra tu rostro
–no niego, dulce rostro–
tiro piedras,
me arranco el corazón y te lo arrojo.
hoy no, muerte, hoy no voy, no quiero,
necesito hacer la casa”.
y estoy vivo
cuando arrojo palabras, muchas palabras,
fuego.

31 de agosto de 2010

El Remojo

Los primeros pobladores de lo que fue el Vaso de Texcoco carecíamos de todos los servicios urbanos.
Quienes resistieron inundaciones y tolvaneras propias de aquellas colonias, tenían que ingeniárselas para subsistir: si de agua se trataba, las lluvias proveían: sólo era cuestión de colocar los recipientes adecuados en las goteras de los tejados y luego hervir el líquido.
La electricidad podía tomarse de la línea que abastecía al único molino de nixtamal establecido
en las cercanías. Esto dio origen a descomunales telarañas de cables que, para la gente de fuera, afeaban el paisaje, y para nosotros, impedían volar papalotes con toda libertad. Pero luz había, aunque hubiera que alternar el radio de bulbos con el de baterías en la noche, cuando los consumidores hacían uso de sus instalaciones.

La cuestión del drenaje la solucionaban de diversos modos los pioneros. Los guáteres, por
ejemplo, se instalaban sobre fosas sépticas (si se contaba con los recursos necesarios para construirlas)
o sobre los pozos excavados para ese fin.
En la construcción de las letrinas participaba toda la familia. Y una vez que la capacidad de agujero se colmaba, había que cavar otro en algún lugar del terreno que a los veinte centímetros
ya manaba agua salada y amarillenta.
La letrina, baño o guáter (nombre que comúnmente se le daba) constaba de una tarima sobre la oquedad, con una perforación cuadrada al centro. O podían ser dos o más, al gusto, sobre las cuales se colocaban asientos hechos de madera; así se salvaban posibles aglomeraciones ocasionadas por alguna afección estomacal. Además, permitían el diálogo o la lectura de historietas con vecinos para intercambiar ejemplares.
Pero los pozos no eran eternos. Cuando ya se advertía la necesidad de uno nuevo, se buscaba el sitio adecuado y si no había la suficiente mano de obra, se contrataban chavos para hacerlo.
En realidad eran dos las misiones: excavar el nuevo… y tapar el ya colmado; para esto último se utilizaba la tierra de la nueva excavación, basura y cascajo; si por suerte algún perro muerto andaba por los alrededores, ya tenía una tumba digna y sus restos mejor fin: servir de abono a un eucalipto, fresno o pirul, especies favoritas entre el vecindario.

Quien estrenara el nuevo guáter tenía que dar el “remojo”: invitar los refrescos o los tragos, según la edad y la capacidad económica. A los chamacos tenían que andar espantándolos los mayores para que no estrenáramos, pues carecíamos de recursos para “disparar” por el “remojo”.
Pero la verdad es que casi siempre uno se las ingeniaba, por lo que se decretó que el “remojo” que valía, el “de-a-deveras”, era de un adulto no necesariamente a tanto de que el sino estaba intacto.
Había incluso otros que reservaban el “remojo” a las visitas, y había que esperarse hasta el domingo en que era más probable la llegada de éstas. Entonces ya se tenía un pretexto para invitarlos
para que se quedaran a comer y claro que había chelas o pulque, si es que no se le ocurría faltar al pulquero que cada ocho días pasaba con su burro cargando las botas llenas de tlachicotón made in Texcoco o Coatlinchan. Claro que no todos los vecinos festejaban un acontecimiento como éste, pero nosotros formábamos parte de la calle de los michoacanos (por parte de mi apá) y entonces no había pierde:
mientras los mayores festejaban y sacaban el radio o el tocadiscos Radson al patio, los chamacos
disfrutábamos de un día con bastante dinero, pues cada visita que llegaba se ponía a mano con el domingo para cada quien. Entonces podía uno hacerse de trompos, canicas, baleros, yoyos o el juguete de la temporada, y comprar de los recién nacidos pastelillos chatarra o chocolates con tal de obtener las estampillas (larines, les llamábamos) para jugar volados, intercambiar o apostar para tener las necesarias y completar los álbumes.

Y todo era posible gracias al estreno de la letrina
y a la tradición del “remojo” de un sitio que da para otras historias.



Los textos de Emiliano Pérez Cruz fueron tomados de Si fuera sombra, te acordarías, Conaculta y Plan C Editores, México, 2002.


Emiliano Pérez Cruz
(Ciudad de México, 1955)
Narrador. Estudió periodismo en la unamunamunam. Ha sido coordinador de la revista La semana de Bellas Artes. Cronista Honorífico de Ciudad Nezahualcóyotl.
Fundador y coordinador de la sección cultural
de Summa; coordinador de la sección cultural de Ovaciones; fundador de Unísono y de Vientos.
Colaborador de El Financiero, El País, El Segundo
Piso, El Universal, La Cultura en México, La Garrapata, La Jornada, Novedades, La Semana
de Bellas Artes, Reforma, entre otros medios.
Premio de Cuento en el Festival Literario de la fcpysfcpysfcpysfcpys 1976. Premio Nacional de Testimonio Chihuahua 2000 por Si fuera sombra, te acordarías.
Sus numerosas crónicas han sido reunidas en los siguientes libros: Borracho no vale. Noticias de los chavos banda. Pata de perro. Si fuera sombra, te acordarías.
Ha publicados los libros de cuento Tres de ajo, Si camino voy como los ciegos, Los siete pecados capitales (colectivo), Me matan si no trabajo y si trabajo me matan, Un gato loco en la oscuridad y Antología personal.

11 de julio de 2010

Cuando cae la nochecita

Sólo tú sabes que hay debajo de los lechos
Yo quisiera decir, "no tengo miedo a nada",
pero un fantasma recorre las calles:
anteayer, una mano parlante palmoteó mi espalda
y, ayer, una barba blanca me hizo llorar.
No sé que pasa: Ya los juguetes comienzan a ulular,
circulan los presentes
y la gente pregunta la fecha,
sin sospechar de lo siniestro.
Los niños cantan, "din don dan"
sin saber que sus gargantas se teñirán de rojo,
que ya no importan unos labios
esforzándose frente al teléfono,
y un rostro laborioso de hormiga
o un peinado "fresco".

Las calles son las mismas de siempre,
pero un fantasma virulento las recorre
y, en la zona roja,
las prostitutas anuncian hechos sorprendentes,
muestran hombros desnudos,
senos como soles
y un rostro extasiado.

Todo resplandece, pues, Señor: el humo,
la luz de los cigarros,
un gato y su mirada profunda
alrededor de los muros.


De, La conversación Ortodoxa, Cuando cae la nochecita.

19 de junio de 2010

Sobre la poesía

habría un par de cosas que decir/
que nadie la lee mucho/
que esos nadie son pocos/
que todo el mundo está con el asunto de la crisis
mundial/y
con el asunto de comer cada día/se trata
de un asunto importante/recuerdo
cuando murió de hambre el tío juan/
decía que ni se acordaba de comer y que no había
problema/
pero el problema fue después/
no había plata para el cajón/
y cuando finalmente pasó el camión municipal a
llevárselo
el tío juan parecía un pajarito/
los de la municipalidad lo miraron con desprecio
o desdén/murmuraban
que siempre los están molestando/
que ellos eran hombres y enterraban hombres/y no
pajaritos como el tío juan/especialmente
porque el tío estuvo cantando pío-pío todo el viaje
hasta el
crematorio municipal/
y a ellos les pareció un irrespeto y estaban muy
ofendidos/
y cuando le daban un palmetazo para que se callara
la boca/
el pío-pío volaba por la cabina del camión y ellos
sentían que
les hacía pío-pío en la cabeza/el
tío juan era así/le gustaba cantar/
y no veía por qué la muerte era motivo para no
cantar/
entró al horno cantando pío-pío/salieron sus cenizas
y piaron
un rato/
y los compañeros municipales se miraron los zapatos
grises.
de vergüenza/pero
volvieron a la poesía/
los poetas ahora la pasaban bastante mal/
nadie los lee mucho/esos nadie son pocos/
el oficio perdió prestigio/para un poeta es cada día
más difícil
conseguir el amor de una muchacha/
ser candidato a presidente/que algún almacenero
le fíe/
que un guerrero haga hazañas para que él las cante/
que un rey le pague cada verso con tres monedas
de oro/
y nadie sabe si eso ocurre porque se terminaron
las
muchachas/los almaceneros/los guerreros/
los reyes/
o simplemente los poetas/
o pasaron las dos cosas y es inútil
romperse la cabeza pensando en la cuestión/
lo lindo es saber que no puede cantar pío-pío
en las más raras circunstancias/
tío juan después de muerto/yo ahora
para que me quierás/


Juan Gelman
(Buenos Aires, 1930)
Es el mayor poeta argentino en la actualidad. Exiliado, vagabundo
por varios países debido a la dictadura militar, un
día decidió radicar con nosotros.
Sus inicios fueron como miembro fundador del grupo
de poesía El pan duro, y de ahí hasta ser director del suplemento
cultural de La opinión, diario argentino. Ya en
estos lares ha colaborado en revistas, suplementos y diarios
como Análisis, La Jornada Semanal, Nueva Expresión, Página/
12, Rojo y Negro y actualmente se le puede leer cada
sábado en el diario Milenio con su columna de análisis
internacional.
Su obra se encuentra en múltiples antologías y, junto
con la de Mario Benedetti y la de Oliverio Girondo, formó
parte del guión de la película El lado oscuro del corazón
de Eliseo Subiela.
Hacia el sur, Violín y otras cuestiones y El juego en que
andamos son los poemarios que recogen lo mejor de su
obra. Entre sus premios se encuentran el Mondello, de Italia,
el Nacional de Poesía 1997, en Argentina, el Juan Rulfo
de literatura latinoamericana y del Caribe, en México, el
Reina Sofía de poesía, en España. Nada más.

5 de junio de 2010

La Noche de los Feos

Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia.

Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez unido no sea la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio rostro.

Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos -de la mano o del brazo- tenían a alguien. Sólo ella y yo teníamos las manos sueltas y crispadas.

Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendidura de su pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura.

Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme, pero yo, aun en la penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca bien formada. Era la oreja de su lado normal.

Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave heroína. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi animadversión la reservo para mi rostro y a veces para Dios. También para el rostro de otros feos, de otros espantajos. Quizá debería sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que son algo así como espejos. A veces me pregunto qué suerte habría corrido el mito si Narciso hubiera tenido un pómulo hundido, o el ácido le hubiera quemado la mejilla, o le faltara media nariz, o tuviera una costura en la frente.

La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó.

La confitería estaba llena, pero en ese momento se desocupó una mesa. A medida que pasábamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las señas, los gestos de asombro. Mis antenas están particularmente adiestradas para captar esa curiosidad enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen un rostro corriente, milagrosamente simétrico. Pero esta vez ni siquiera era necesaria mi adiestrada intuición, ya que mis oídos alcanzaban para registrar murmullos, tosecitas, falsas carrasperas. Un rostro horrible y aislado tiene evidentemente su interés; pero dos fealdades juntas constituyen en sí mismas un espectáculos mayor, poco menos que coordinado; algo que se debe mirar en compañía, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes merece compartirse el mundo.

Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella tuvo coraje (eso también me gustó) para sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo.

"¿Qué está pensando?", pregunté.

Ella guardó el espejo y sonrió. El pozo de la mejilla cambió de forma.

"Un lugar común", dijo. "Tal para cual".

Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafés para justificar la prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto ella como yo estábamos hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba traspasar la sinceridad y convertirse en un casi equivalente de la hipocresía. Decidí tirarme a fondo.

"Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?"

"Sí", dijo, todavía mirándome.

"Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan equilibrado como esa muchachita que está a su derecha, a pesar de que usted es inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente estúpida."

"Sí."

Por primera vez no pudo sostener mi mirada.

"Yo también quisiera eso. Pero hay una posibilidad, ¿sabe?, de que usted y yo lleguemos a algo."

"¿Algo cómo qué?"

"Como querernos, caramba. O simplemente congeniar. Llámele como quiera, pero hay una posibilidad."

Ella frunció el ceño. No quería concebir esperanzas.

"Prométame no tomarme como un chiflado."

"Prometo."

"La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro total. ¿Me entiende?"

"No."

"¡Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su cuerpo es lindo, ¿no lo sabía?"

Se sonrojó, y la hendidura de la mejilla se volvió súbitamente escarlata.

"Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca."

Levantó la cabeza y ahora sí me miró preguntándome, averiguando sobre mí, tratando desesperadamente de llegar a un diagnóstico.

"Vamos", dijo.


2

No sólo apagué la luz sino que además corrí la doble cortina. A mi lado ella respiraba. Y no era una respiración afanosa. No quiso que la ayudara a desvestirse.

Yo no veía nada, nada. Pero igual pude darme cuenta de que ahora estaba inmóvil, a la espera. Estiré cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho. Mi tacto me transmitió una versión estimulante, poderosa. Así vi su vientre, su sexo. Sus manos también me vieron.

En ese instante comprendí que debía arrancarme (y arrancarla) de aquella mentira que yo mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relámpago. No éramos eso. No éramos eso.

Tuve que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendió lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad mis dedos (al principio un poco temblorosos, luego progresivamente serenos) pasaron muchas veces sobre sus lágrimas.

Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y pasó y repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barba de mi marca siniestra.

Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levanté y descorrí la cortina doble.


Mario Benedetti, La muerte y otras sorpresas.