31 de agosto de 2010

El Remojo

Los primeros pobladores de lo que fue el Vaso de Texcoco carecíamos de todos los servicios urbanos.
Quienes resistieron inundaciones y tolvaneras propias de aquellas colonias, tenían que ingeniárselas para subsistir: si de agua se trataba, las lluvias proveían: sólo era cuestión de colocar los recipientes adecuados en las goteras de los tejados y luego hervir el líquido.
La electricidad podía tomarse de la línea que abastecía al único molino de nixtamal establecido
en las cercanías. Esto dio origen a descomunales telarañas de cables que, para la gente de fuera, afeaban el paisaje, y para nosotros, impedían volar papalotes con toda libertad. Pero luz había, aunque hubiera que alternar el radio de bulbos con el de baterías en la noche, cuando los consumidores hacían uso de sus instalaciones.

La cuestión del drenaje la solucionaban de diversos modos los pioneros. Los guáteres, por
ejemplo, se instalaban sobre fosas sépticas (si se contaba con los recursos necesarios para construirlas)
o sobre los pozos excavados para ese fin.
En la construcción de las letrinas participaba toda la familia. Y una vez que la capacidad de agujero se colmaba, había que cavar otro en algún lugar del terreno que a los veinte centímetros
ya manaba agua salada y amarillenta.
La letrina, baño o guáter (nombre que comúnmente se le daba) constaba de una tarima sobre la oquedad, con una perforación cuadrada al centro. O podían ser dos o más, al gusto, sobre las cuales se colocaban asientos hechos de madera; así se salvaban posibles aglomeraciones ocasionadas por alguna afección estomacal. Además, permitían el diálogo o la lectura de historietas con vecinos para intercambiar ejemplares.
Pero los pozos no eran eternos. Cuando ya se advertía la necesidad de uno nuevo, se buscaba el sitio adecuado y si no había la suficiente mano de obra, se contrataban chavos para hacerlo.
En realidad eran dos las misiones: excavar el nuevo… y tapar el ya colmado; para esto último se utilizaba la tierra de la nueva excavación, basura y cascajo; si por suerte algún perro muerto andaba por los alrededores, ya tenía una tumba digna y sus restos mejor fin: servir de abono a un eucalipto, fresno o pirul, especies favoritas entre el vecindario.

Quien estrenara el nuevo guáter tenía que dar el “remojo”: invitar los refrescos o los tragos, según la edad y la capacidad económica. A los chamacos tenían que andar espantándolos los mayores para que no estrenáramos, pues carecíamos de recursos para “disparar” por el “remojo”.
Pero la verdad es que casi siempre uno se las ingeniaba, por lo que se decretó que el “remojo” que valía, el “de-a-deveras”, era de un adulto no necesariamente a tanto de que el sino estaba intacto.
Había incluso otros que reservaban el “remojo” a las visitas, y había que esperarse hasta el domingo en que era más probable la llegada de éstas. Entonces ya se tenía un pretexto para invitarlos
para que se quedaran a comer y claro que había chelas o pulque, si es que no se le ocurría faltar al pulquero que cada ocho días pasaba con su burro cargando las botas llenas de tlachicotón made in Texcoco o Coatlinchan. Claro que no todos los vecinos festejaban un acontecimiento como éste, pero nosotros formábamos parte de la calle de los michoacanos (por parte de mi apá) y entonces no había pierde:
mientras los mayores festejaban y sacaban el radio o el tocadiscos Radson al patio, los chamacos
disfrutábamos de un día con bastante dinero, pues cada visita que llegaba se ponía a mano con el domingo para cada quien. Entonces podía uno hacerse de trompos, canicas, baleros, yoyos o el juguete de la temporada, y comprar de los recién nacidos pastelillos chatarra o chocolates con tal de obtener las estampillas (larines, les llamábamos) para jugar volados, intercambiar o apostar para tener las necesarias y completar los álbumes.

Y todo era posible gracias al estreno de la letrina
y a la tradición del “remojo” de un sitio que da para otras historias.



Los textos de Emiliano Pérez Cruz fueron tomados de Si fuera sombra, te acordarías, Conaculta y Plan C Editores, México, 2002.


Emiliano Pérez Cruz
(Ciudad de México, 1955)
Narrador. Estudió periodismo en la unamunamunam. Ha sido coordinador de la revista La semana de Bellas Artes. Cronista Honorífico de Ciudad Nezahualcóyotl.
Fundador y coordinador de la sección cultural
de Summa; coordinador de la sección cultural de Ovaciones; fundador de Unísono y de Vientos.
Colaborador de El Financiero, El País, El Segundo
Piso, El Universal, La Cultura en México, La Garrapata, La Jornada, Novedades, La Semana
de Bellas Artes, Reforma, entre otros medios.
Premio de Cuento en el Festival Literario de la fcpysfcpysfcpysfcpys 1976. Premio Nacional de Testimonio Chihuahua 2000 por Si fuera sombra, te acordarías.
Sus numerosas crónicas han sido reunidas en los siguientes libros: Borracho no vale. Noticias de los chavos banda. Pata de perro. Si fuera sombra, te acordarías.
Ha publicados los libros de cuento Tres de ajo, Si camino voy como los ciegos, Los siete pecados capitales (colectivo), Me matan si no trabajo y si trabajo me matan, Un gato loco en la oscuridad y Antología personal.

1 comentario:

ALENKA (Alicia Montes de Oca) dijo...

Hola Esteban!!! Por fin he regresado.
He pasado una rica velada en tu querido y Viejo Barco Azul.
Gracias por los textos, me han gustado muchísimo pero... ¿Y LAS FOTOS? ¿Dónde están tus fotos????

Mil disculpas pero tu Viejo Barco sin fotos es como un viejo barco sin velas!!!
Aún así, seguiré viniendo a viajar en él, no te preocupes, jejeje.
Un abrazote muy muy fuerte!!!!